"...La invasión de Europa habia hecho poderosos a los hunos, pero también los estaba cambiando. Su raza se diluía con matrimonios y adopciones. En los bosques del norte y el oeste, los caballos no resultaban tan útiles. Los hombres que antaño luchaban por el placer de luchar, hablaban sin cesar de pagas mercenarias, botines, tributos y bienes que llevar de regreso al campamento para satisfacer a sus mujeres, cada vez más ambiciosas. Las tribus que otrora se movían con las estaciones, se instalaban en número creciente en Hunuguri (Hungría), una tierra cada vez más despoblada. Atila recomendaba cautela a sus guerreros, les advertía que no dejaran que Europa los conquistase como ellos la habían conquistado. Ésa era la razón por la que comía en platos de madera y se negaba a vestir ropas recargadas, pues deseaba recordar los duros orígenes que los habían hecho más resistentes y fieros que sus enemigos. Todos los hunos sabían a qué se refería. Pero al tiempo se dejaban seducir, casi en contra de su voluntad, por el mundo que conquistaban. Mientras Atila seguía comiendo en platos de madera, sus jefes lo hacían en bandejas de oro, y no soñaban ya con las estepas, sino con las cortesanas de Constantinopla..."
Atila. El Azote de Dios, por William Dietrich. (extracto).
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